No había podido pegar ojo en toda la noche, era una fría mañana en el altiplano boliviano, el azul oscuro del vasto Lago Titicaca se divisaba a lo lejos, por mi ventana veía el templo semisubterraneo de Kalasasaya que se erguía imponente entre las excavaciones de las ruinas Tiahuanacotas que tan bien conozco o creía conocer, fui caminando hacia las obras esperando encontrarme a Stanislav, las 175 caras de piedra que sobresalían de todas las paredes del templo seguían ahí, con las diferentes fisonomías que en nada se parecían a los nativos de ese lugar, fue entonces cuando comenzó toda esta pesadilla que ahora no puedo sacarme de la cabeza. Solo puedo repasar una y otra vez mi relación con este hombre extraño, que me ha cambiado la vida para siempre.
La primera vez que vi la cara de Stanislav Petrov, fue en la Universidad de Barcelona en la clase de edafología, recuerdo la frustración del profesor encolerizado por la rabia mientras le gritaba y a Stanislav inmutable con esa sonrisa irónica casi desagradable que le caracterizaba, disfrutando de cada momento. Parecía que se recreaba contradiciendo a los demás, con argumentos cambiantes según su interés, pero sobre todo muy inteligentes, rebatía a gusto sobre cualquier tema, ya sea geología, política o religión, algo que a los demás nos hacía admirarlo y rehuirle al mismo tiempo.
Habíamos terminado la universidad hace 20 años, pero había sido fácil seguirle la pista, era un eminente paleo-lingüista en su país natal, Polonia. Yo me había especializado en arqueología y hacía 5 años que estudiaba las culturas preincaicas. Ya me encontraba en Tiahuanacu 2 años antes de la llegada de Stanislav a las excavaciones.
No sé cuando me hice su amigo y si lo que teníamos se podía llamar amistad, pero cuando me encontré en un gran trance debido a esas inscripciones misteriosas en una losa del templo de Kalasasaya, que a pesar de mis años de experiencia y mis estudios de las diferentes culturas del mundo no lograba descifrar, solo pude pensar en él para ayudarme a solucionarlo.
Cuando llegó llevaba dibujada en su cara su eterna sonrisa irónica, pero se transparentaba en cada movimiento que realizaba una apatía que antes no existía en él, noté que había decidido aceptar mi propuesta más por curiosidad que por profesionalidad o camaradería, cosa que luego me confirmó además de revelarme que hacía un tiempo sentía una desazón generalizada, ya ni su carrera significaba nada, necesitaba algo estimulante que lo sacara de ese entumecimiento en el que se había sumido y en que se había convertido su vida. Supuse que veía en mi propuesta una oportunidad para deshacerse de su abatimiento, algo que vi confirmado cuando vi su expresión al mostrarle la losa con la inscripción desconocida que tapiaba la parte superior del templo, sin la cual no podíamos seguir excavando hacia el siguiente nivel del templo y descubriendo los secretos ocultos de la ciudad y de la vida de los Tiahuanacotas.
Durante el primer mes se paseaba apático por la excavación, leyendo libros que nada tenían que ver con el trabajo, como la historia política y social de Bolivia, cuentos de la época colonial, leyendas del lago Titicaca y algunos libros traídos de la biblioteca de La Paz sobre con la poca información que existía de Tiahuanacu. Pero por las noches la luz en su habitación siempre estaba encendida y se escuchaba el sonido de papeles removiéndose, ahora estoy seguro que repasaba las inscripciones misteriosas que tiempo atrás había calcado sobre papel con ayuda de un carboncillo.
Tuve que ausentarme un par de meses a Europa para presentar un informe de los hallazgos y el avance del proyecto. Confiaba plenamente en la capacidad de Stanislav a pesar de que no me había dado un solo indicio de que estuviéramos más cerca de descubrir algo sobre las inscripciones. Creía que un par de meses era poco y que esa apatía y sarcasmo que lo caracterizaba no era señal de que las cosas fueran mal. Sin embargo preferí no dar detalles de su trabajo en el informe.
En los meses que estuve en Inglaterra solo me llegó una noticia que me inquietó, a través de mi ayudante y supervisor de obras. Me comentó que Stanislav estaba más raro que de costumbre, los trabajadores no querían estar en su presencia. Stanislav había tenido un cambio brusco de rutina, volvía una y otra vez a la losa y repasaba cada resquicio de ella, dando vueltas como un león alrededor de los 5 m2 de piedra que tapiaban la parte superior del templo. Leyendo en voz alta en su habitación y hablando siempre solo.
Decidí volver lo antes posible a mis labores en Tiahuanacu, pero el viaje en barco y luego a caballo hasta el altiplano boliviano tardaría casi 2 meses. Cuando llegué a duras penas lo reconocí, tenía la mirada perdida, había perdido mucho peso y me aseguraba que casi lo tenía todo resuelto, le había costado prácticamente 1 año pero se sentía cerca del final. Reía y me abrazaba como un loco mientras me decía que necesitaba revisar sus cálculos una vez más y me prometía que a la mañana siguiente me entregaría la respuesta que tanto necesitaba. Lo dejé descansar y me fui a mi habitación esperando con ansias la respuesta que me quería dar Stanislav, sin embargo no me dejaba de afligir ese cambio de carácter tan marcado y tan fuera de lo común en él.
Por la mañana cuando aún brillaba en el cielo lo que los nativos de esas tierras altas llaman el “lucero del alba”, me levanté esperando encontrar a Stanislav en la cocina desayunando el café negro que se bebía cada mañana, al no encontrarlo fui a su habitación donde tampoco estaba y me fui directo hacia las obras, me sorprendió mucho encontrar su libreta de campo sobre la losa del templo de Kalasasaya me quedé leyéndolo y esperando que apareciera de un momento a otro, pero mientras más me adentraba en su diario de campo más me iba aterrando lo que descubría y sobre todo me iba llenando de la certeza de que mi colega o se había vuelto loco o realmente había descubierto algo que lo cambiaría todo para siempre.
En la última página solo quedaba garabateada una retahíla de palabras sin sentido, lo único entendible era que la clave se encontraba en las caras del templo de Kalasasaya y que la losa era el portal que nos abriría las puertas del conocimiento a la humanidad entera y no solo sobre una cultura preincaica extinta un buen día sin razón alguna.
En la última página solo quedaba garabateada una retahíla de palabras sin sentido, lo único entendible era que la clave se encontraba en las caras del templo de Kalasasaya y que la losa era el portal que nos abriría las puertas del conocimiento a la humanidad entera y no solo sobre una cultura preincaica extinta un buen día sin razón alguna.
Me quedé mirando las caras, no encontraba nada diferente, seguían siendo esas caras que me habían sorprendido desde el día que las desenterramos, con esa mezcla de fisonomías tan diversas, que hacían recordar a hombres asiáticos, negros y blancos, en unas ruinas de una cultura preincaica extinta antes siquiera de que llegara el hombre blanco por esas tierras.
Ya las había revisado tocándolas una a una y como algo instintivo comencé a contarlas, cuan grande fue mi sorpresa al comprobar que ya no eran 175, descubrí que sobresalía una nueva cara en el muro norte del templo, el corazón me dio un salto al encontrar el parecido que tenía esa nueva cara de piedra fría con Stanislav que conservaba su inconfundible sonrisa irónica, ahora congelada.
Son pocos los que me creen, solo los nativos de estas tierras están seguros como yo que esa cara 176 antes era el extraño hombre extranjero que deambulaba por las excavaciones, ellos creen que los dioses lo han castigado por acercarse demasiado a una verdad que no nos está permitida.
Espero que estas letras que dejo en mi diario personal algún día ayuden a esclarecer este enigma, lamentablemente no tengo más explicaciones que dar a las autoridades y no sé cuál será la suerte que me deparará a mí y a estas ruinas que me han cambiado la vida.
Espero que estas letras que dejo en mi diario personal algún día ayuden a esclarecer este enigma, lamentablemente no tengo más explicaciones que dar a las autoridades y no sé cuál será la suerte que me deparará a mí y a estas ruinas que me han cambiado la vida.
A. Serrano